Game Over a los papás: ¿un impuesto a los videojuegos violentos como solución?

Por Eduardo Avalos González, Dr. h.c.

El gobierno federal acaba de anunciar un impuesto del 8% a los videojuegos considerados “violentos” o para adultos. La medida se presenta como un escudo para proteger a la niñez y a los adolescentes de contenidos que, supuestamente, pueden incentivar conductas agresivas. La receta es simple: encarecer el acceso y así reducir el consumo.

Pero la pregunta es inevitable: ¿de verdad un impuesto educa?

Hoy niñas, niños y adolescentes tienen a su alcance consolas, computadoras, celulares, juegos en línea y hasta descargas ilegales. Si un título sube de precio, muchos lo conseguirán de otra forma: piratería, cuentas compartidas o plataformas no reguladas. El resultado es que el impuesto golpeará al consumidor formal, pero no impedirá que el contenido siga llegando a las casas.

El verdadero problema no está en la consola ni en el control de videojuegos, sino en la ausencia de control en casa. Cuando los padres permiten que la pantalla sustituya a la convivencia, cuando se desconoce a qué juegan los hijos, cuánto tiempo pasan conectados o con quién interactúan en línea, el riesgo no lo genera el videojuego, sino la falta de acompañamiento familiar.

Por eso la discusión no debería quedarse en si se cobra o no un IEPS. Lo que urge es fortalecer la crianza positiva: esa forma de educar basada en el diálogo, la supervisión responsable y los límites claros. No se trata de prohibir, sino de enseñar; no de castigar con precios, sino de acompañar con presencia.

El Estado presume becas y programas que acercan dispositivos y conectividad a la juventud. Está bien: más acceso a tecnología puede abrir puertas a la educación, la cultura y la información. Pero lo que falta es un paso más: programas para madres y padres, donde aprendan a usar herramientas digitales de control parental, a identificar señales de alerta, a fomentar actividades alternativas y, sobre todo, a compartir tiempo de calidad con sus hijos.

Porque un videojuego puede mostrar violencia digital, pero lo que realmente define el rumbo de una niña, un niño o un adolescente es el ambiente en el que crece. La violencia real nace del abandono, la falta de límites y la indiferencia, no de un control en las manos.

Un impuesto puede sonar a política dura, pero la solución verdadera está en casa. Lo que necesitamos no es encarecer el entretenimiento, sino fortalecer a las familias. El verdadero “Game Over” lo marca la ausencia de padres presentes, no una consola encendida.