Por Alfredo Oropeza

En otro delirio de grandeza y queriéndose asumir como el prócer del panamericanismo, López Obrador terminó nuevamente haciendo el ridículo internacional y la comidilla, entre las naciones civilizadas y democráticas.

Parece que al presidente de México ya le quedaban cortos Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero y Cárdenas, y decidió expandir sus miras a convertirse en el nuevo Bolívar de nuestra era. Pero, como suele suceder cuando un gobierno de 4Ta. actúa a punta de ocurrencias y creencias, el sueño Peje-boliviariano se desplomó y la congruencia de los mandatarios de países menores, pero con una tradición realmente democrática, le aguaron de golpe la fiesta.

Lo anterior, en la primera cumbre internacional que le tocó organizar y la sexta de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Este foro es el más importante en la integración latinoamericana, por cierto, instituida por el expresidente Felipe Calderón, siendo el espacio de oportunidad para que México lidere en la región y sea el facilitador del dialogo entre los países hermanos.

Lamentablemente, todo lo que toca López Obrador lo echa a perder y no podría faltar ese don o toque de manos de estomago en la Celac. De manera ilógica pero explicable, prefirió tender alfombra roja y vítores a los representantes de los regímenes dictatoriales más longevos, tiranos y genocidas de la región y tratar de imponer una agenda afín a estos que, en caminar la cumbre en favor de los derechos humanos, la libertad de expresión, el estado de derecho y la democracia.

La conducta es ilógica al ser él un presidente surgido de un ejercicio democrático y legítimo, tras años de envolverse en la bandera de la legalidad, el derecho y el respeto a la voluntad del pueblo; pero explicable, porque devela sus anhelos autoritarios, autocráticos y de perpetuación en el poder.

Tan pintaba de fracaso la cumbre, que de los 31 jefes de estado invitados acudieron casi la mitad: 16 presidentes o jefes de gobierno; y en representación de los ausentes, dos vicepresidentes y 13 cancilleres. La ausencia de los presidentes de Brasil, Argentina, Chile, Colombia y Panamá, evidencian el débil carácter de la actual política exterior mexicana y endeble liderazgo moral que ostenta el presidente de México.

En cuanto a los propósitos del presidente López, para esta cumbre, todos se vinieron abajo, por la falta de acuerdo, consenso y diplomacia de los anfitriones del foro.

El primer propósito de consensar la desaparición de la Organización de Estados Americanos (OEA), órgano incómodo para los regímenes de Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua, por sus resoluciones en favor de las libertades, los derechos humanos y la democratización en aquellos países, se vino abajo con la postura a favor de la permanencia (del único organismo continental) de Costa Rica, Colombia y Chile.

El segundo, el proponer la integración económica de toda América, pero irrealizable, porque para ello, la primera condición para un proceso de integración económica es la instalación de regímenes democráticos que cedan parte de su autonomía, para favorecer la creación de organismos supranacionales como lo son: un banco central común, una moneda común, fondos de financiamiento regionales y un parlamento continental.

El tercero, empoderar a sus amigos impresentables, como Nicolás Maduro, Miguel Díaz-Canel o Daniel Ortega, y servir de esquirol para empujar sus agendas contra las sanciones económicas y determinaciones de organismos internacionales, por su reiterada violación a las garantías individuales de sus ciudadanos. Actos que se toparan con pared, con la férrea oposición de los presidentes de Uruguay y Paraguay, quienes alzaron la voz para cuestionar a las dictaduras presentes como invitados de honor.

Tan vergonzosa fue la actuación de México, como anfitrión en la Celac, que mejor otros países le dieron catedra de política exterior a Marcelo Ebrard y a López Obrador.